jueves, 24 de mayo de 2012

ESTREMECIMIENTOS SINFIN EN UNA BUENOS AIRES EMPOBRECIDA

Venimos de varias semanas con profundos estremecimientos. La muerte de grandes artistas, pérdidas irreparables de conocimiento y generosidad, a conatos de secuestro, amenazas similares a artistas, a jugadores de fútbol, y una parafernalia de seguridad puesta al servicio de quienes pueden, de quienes son públicos y de quienes su ausencia forzada significaría un baldón para el honor del país. De lado quedamos todos, en forma especial, las víctimas fatales de los hechos diarios de inseguridad. Uno se pregunta si ser un artista nos salvaría de la impunidad. Da la impresión de que mayor protección se puede tener, pero la seguridad no la compró nadie.
Esto aquí como en el mundo. Aunque hay que reconocer que en el primer mundo la cuestión no es tan abierta ni cotidiana salvo que aparezca un loco con un arma y se le ocurra matar a mansalva. Ocurre pero no es común o cotidiano que maten por un auto, por una campera o un par de zapatillas. Aquí la cuestión es de todos los días.
Los estremecimientos no se concentran en estos hechos límites, o conatos de hechos límites, sino que están rodeándonos, desde las calles sucias y pegoteadas hasta la ausencia de la policía, ni siquiera la tan mentada Metropolitana de Macri que aparece en hechos específicos filmados por algún noticiero. Pero eso de andar por las calles, no. Salvo algunos barrios. Por ahí se ve un patrullero distinto y alguien grita ":Ahí va la Metropolitana". La pagamos todos, pero son un hecho curioso en las calles porteñas.
Por el otro lado, están los contratos millonarios de la televisión, y uno mirando cómo se hacen ricos los que luego nos dan las noticias peores, los que critican todo y quieren hacernos creer que la palabra de ellos es la única valiosa. Los que "tienen autoridad"... digamos monetaria porque ética no se la vemos.
"Los ricos de la tele" pasean sus fastuosas residencias, sus casas en Punta o en Miami o un departamentito en New York en fotos de revistas exclusivas, es decir, que intentan ser exclusivas para un país que se debate en el desorden, en la impunidad de los que ejercen cargos, en la impunidad de los que los tuvieron, en la impunidad de la inconsulta al ciudadano simplemente por ser "porteño" aunque una gran mayoría viva de esta querida Buenos Aires. Y aquí mismo, sin respetarnos a los que nacimos acá, tirando papeles, botellas de plástico, lo que se les ocurra, en las veredas, generando basura, total, viven los porteños.
La pobreza es un mal endémico, aquí y en Africa y ahora en muchos sectores sociales de la rica y petulante Europa. Pero hay una pobreza peor: la del espíritu. Un espíritu pobre es incapaz de trazarse horizontes, salidas, atajos nobles, es incapaz de enriquecerse con lo único que no nos pueden quitar: la cultura. Y no es imposible acceder a ella. Solo hay que pelearlo un poco. Los libros de segunda mano, la buena música, los conciertos gratuitos de sufridos músicos que esperan el sablazo de los mandamás para quedarse sin trabajo. Pero todavía están en orquestas y hay que aprovechar este cachito de cultura que tenemos.
En New York, en cambio, ciudad de un país vapuleado por sus contradicciones políticas, por sus guerras irracionales, la gente vive con comodidad. Es generosa con el que la visita. Tiene sus calles limpias y la cultura no es imposible: todos acceden a ella por la puerta grande de las costosas universidades o por la puerta chica del esfuerzo propio, posible porque la ciudad  regala a raudales desde diarios hasta magazines, desde lugares de lectura hasta comida sabrosa y barata.
Es decir, se puede. Allá los dejan. Aquí no nos dejan. Ésa es la gran diferencia. Y duele ver a esta querida Buenos Aires en manos de ineptos y nos duele más aún saber que estamos abandonados, en este 2012, a la buena de Dios. Y en Él depositamos la esperanza de vivir mejor. Sin Dios, aquí no hay futuro.